#HistoriasdeAnimales

Modelo en la foto Djanae. La ilustración del cuadro es del artista Benjamín Lacombe.

—Hola Clara, ya es la hora de apagar la luz. ¿Cómo has pasado tu día?

—Hola Merche, cansada como siempre, pero hoy estuve mucho rato con Ramsés.

—¡Qué bueno! Es una suerte que podamos tener animales aquí, para que podáis jugar con ellos, es muy bueno para ti y los otros niños. Por cierto, hoy hace un año que estás con nosotros.

—Vaya, no sabía que llevaba tanto tiempo en el hospital. ¿Cuánto tiempo tengo que seguir aquí? Echo de menos a mis amigos del cole, y a mis padres y mi hermana.

—Bueno no es tanto, aquí en la planta tienes muchos amigos y todos te queremos mucho. ¡Anímate cariño! Mm, ¿sabes qué? Creo que en los días especiales hay que hacer cosas especiales. Si me prometes no hacer ruido, te cuento la historia de la familia de Ramsés. ¿Prometido?

—¡Siii, prometido!

—Hace mucho pero mucho tiempo, en un lejano país de Oriente vivía un pequeño faraón. Heredó el trono siendo un niño, pero cayó enfermo de unas fiebres muy fuertes y esto entristeció a su reino. En palacio todos estaban preocupados y no sabían qué hacer. Vinieron sabios doctores de todo Oriente sin encontrar cura para su enfermedad.

—¿Le pasaba como a mí, Merche?

—Shh, no, claro que no, lo suyo era muy grave, y no tenía tan buenos médicos como tienes tú. ¡Y no me interrumpas!

—Perdón.

—El caso es que como no encontraban remedio, todos se prepararon para su viaje al más allá. Y como el faraón era descendiente de los dioses se podría reencarnar en el cuerpo del animal que quisiera.

—¿Qué es rencarnar, Merche?

—Reencarnar es cuando tu espíritu, tu alma buena, se cambia a otro ser vivo para vivir en él.

—¿Y eso se puede?

—Shhh, en los cuentos se puede todo ¿sigo o no?

—…

—Así que el gran sacerdote ordenó que llevasen un ejemplar de cada clase de animal que vivía en su tierra, incluso algunos de fuera, para que eligiese uno. El animal que él faraón viese por última vez antes de su viaje sería el que compartiría su nuevo destino. El niño abrió asombrado sus preciosos ojos azules, como los tuyos, fíjate, cuando comenzó el desfile ante él. Los más fieros estaban enjaulados, como el león o el tigre, otros atados con fuertes correas, como un gran cocodrilo que le asustó mucho.

—A mí también me asustan los…

—Claraaa. El sacerdote, que por cierto le tenía mucha envidia al niño y quería ocupar su lugar como gobernante, estaba pensando la manera de hacerlo mientras seguía ordenando el desfile de animales delante del pequeño, que lo mismo se mostraba entusiasmado que daba alguna cabezada.

—A mí también me pasa. Cada día me siento más cansada.

—Sí, pero es normal, incluso a él que le gustaban tanto los animales le agotaba la tarea. Siguieron pasando por su habitación durante varios días todo tipo de animales que vivían en tierra, en el agua y también aves voladoras. Pero los fue rechazando uno tras otro.

—¡Hala! no quería a ninguno.

—No, pero tenía un motivo, él quería algo diferente, un animal distinto, especial, así que se lo dijo al gran sacerdote. El embajador de la China le había regalado un precioso gato gris azulado de grandes orejas y ojos como almendras, y el niño quería ser como ese animal. Solo que había un problema, el gato no era de verdad, era de suave y brillante porcelana. El sacerdote vio una oportunidad para salirse con su plan. Le llevó la estatua y la puso a los pies de su cama, donde el niño no podía verla, y esa última noche antes de su viaje al más allá llevó a su perro Rulo, una bola rechoncha de patas y rabo cortos y un hocico puntiagudo. ¿Te acuerdas de Ice Age y la bellota?

—Jaja, sí.

—Pues así tenía la nariz, era un poco bobo y gruñón, pero su mal humor venía por parte de su envidioso dueño, ya que los animales son nobles por naturaleza pero se adaptan al carácter de sus amos. Así que metió al perro en la habitación para que fuera lo último que viese el faraón y poder controlarlo. El perro vio al gato y se abalanzó a por él a todo correr. Pero lo que había visto era un reflejo en un espejo de metal pulido apoyado en la pared y se dio un golpe tremendo, y el pobre Rulo quedó tendido en el suelo desmayado. El niño, sorprendido por el ruido, abrió los ojos por última vez y vio al gato reflejado en el espejo, y después los cerró para siempre.

—Ohhh pobre ¿se murió?

—A la mañana siguiente entraron los sirvientes, un poco asustados, y vieron que algo se movía bajo las sábanas, cuando las apartaron encontraron un precioso gato de ojos azules y grandes orejas, y ¡ni un solo pelo en su cuerpo!

—¡Anda, como Ramsés!

—Así es, desde entonces el gato vivió siempre en el palacio, atendido y querido por todos, y desde entonces también existen los gatos sin pelo que se llaman Sphynx. Los tatarabuelos de Ramsés.

—¿Por eso era tan especial para el niño, porque no tenía pelo, igual que yo?

—Era especial para él porque era diferente, y este niño no tenía miedo a no ser como los demás. Tú tampoco deberías tenerlo, para ser especial hay que ser distinto.

— ¿Y qué pasó con Rulo?

—Bueno, desde entonces también hay algunos perros que tienen la nariz chata.

—Jajaja, como Toby.

—Exacto, ahora a dormir, buenas noches princesa.

—Oye Merche.

—Queee.

—Si me vuelvo a poner malita como la última vez ¿me dejarías estar con Ramsés toda la noche?

—Claro que te dejaría, seguro que él querría estar contigo para siempre.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

—Gracias Merche, buenas noches.

—Buenas noches cielo. Que duermas bien, y no te preocupes, ya sabes que Ramsés y yo vigilaremos tu sueño.